No muchos años atrás, las empresarias o “emprendedoras” eran prácticamente inexistentes. En el siglo pasado, los sectores desempeñados por la mujer eran los de servicios o atención al público: amas de casa, peluqueras, niñeras, lavanderas… y además se consideraba que si una mujer trabajaba era por necesidad, puesto que “una mujer de clase alta no podía trabajar”. Tampoco podemos olvidarnos, de la estrecha relación que nuestra sociedad mantiene durante siglos respecto al papel de la mujer con el hogar y la familia.
Aunque en las últimas décadas la incorporación y apertura del mercado laboral para la mujer ha ido en aumento, y aunque actualmente ella esté ganando terreno en el ámbito empresarial  y directivo, todavía la presencia femenina en el mundo empresarial es menor que para el caso masculino. Se han realizado estudios empíricos, que muestran que las capacidades y características psicológicas de la mujer son las idóneas para desempeñar habilidades sociales o embarcarse en un proyecto de negocio gracias a su empatía. Por tanto, en mi opinión no creo que el problema resida en que la educación o capacidades de las emprendedoras sean peor que la de los emprendedores, sino el pasado adverso que arrastra la mujer en nuestra sociedad. Ideas cómo que la mujer solo sabe desempeñar “trabajos femeninos” (floristería, peluquería, costura…) o que la responsabilidad de la mujer sobre los hijos es mayor que el padre… ponen en una situación de desventaja al sexo femenino.
Estos hechos se reflejan ya antes de incorporarse a un empleo. Desde los estudios casi un 90% de los alumnos en ciencias informáticas son hombres, y un 86% de enfermería o magisterio son mujeres. En el ámbito de empresa, tan solo un 3,6% entre los consejeros de oganizaciones que cotizan en bolsa son mujeres, un 8% para el departamento productivo, un 12% en dirección general, y un 38% en el área de recursos humanos para el sexo femenino.
Como vemos, nuevamente es un problema de tiempo, un arrastre histórico. Aunque no se debería realizar una distinción entre emprendedores y emprendedoras puesto que todos debemos contar con los mismos derechos y ayudas, está claro que la diferencia existe, y existe porque la sociedad la hace. Tenemos que ser nosotros mismos, quienes si queremos que todas las ayudas o discriminaciones positivas que recibe la mujer sirvan para algo, cambiemos esa mentalidad y cultura, para poder llegar a una verdadera igualdad, situación en la que ni ellos ni ellas, necesiten ser tratrados de ninguna manera especial.